GRÁFICOS VECTORIALES vs MAPAS DE BITS

Leopoldo Castellanos 

         En este complejo e intrincado mundo de la informática y, más concretamente en lo que al software se refiere, encontramos una gran variedad de aplicaciones que aborda cualquier campo imaginable. Uno de los mas productivos es el del diseño gráfico. Desde las creaciones de infografía hasta los mas novedosos diseños que encontramos en cualquier página web, pasando por las múltiples fórmulas de retoque fotográfico e incluso la animación; todo tiene un gran denominador común, LA IMAGEN, materia y forma del diseño gráfico.

         Cualquier usuario, ya sea profesional o aficionado a la informática, se ha introducido en este gran bosque intentando adivinar los secretos y posibilidades que las imágenes tienen y cómo sacarles el mayor partido y el mas adecuado a su interés.

         Desde un simple trazo, o un sencillo polígono, hasta la fotografía más compleja, con gran resolución y varios millones de colores, todo es imagen. Pero resulta evidente que, aunque con matices, no son un mismo tipo.

         Podemos hablar, en síntesis, de dos clases de imágenes claramente diferenciadas: mapas de bits e imágenes vectoriales, aunque, con reservas, porque es posible migrar de uno a otro tipo sin demasiadas pérdidas de CALIDAD (la segunda pieza clave en lo que al diseño gráfico se refiere).

         Seamos algo mas precisos, un mapa de bits no es otra cosa que una imagen formada por un conjunto de pixeles, o puntos, si queremos ser mas simplistas, cada uno de los cuales con sus propias características, color y/o textura, fundamentalmente aunque, eso sí, con todos sus matices.

         La imagen, por tanto, se crea uniendo, a modo de puzzle, los miles o millones de puntos de color individuales, ofreciéndonos ese todo, esa “realidad” plasmada en la pantalla de nuestro PC.

         Pero, como suele ocurrir, la “realidad” del PC no es lo que parece, y esa “colección de píxeles” ordenados sólo tiene un rango en el que se nos presenta en toda su calidad. Trataré de explicarme; con un simple ejercicio de práctica resulta fácilmente comprensible; si en cualquier diseñador gráfico cargamos una imagen de mapa de bits y, a través de la herramienta de zoom, ampliamos una vez su tamaño, es posible (siempre en función de la imagen cargada) que sólo hayamos apreciado un simple aumento en las proporciones de dicha imagen, sin aparente pérdida de calidad. Sin embargo, si realizamos sucesivos aumentos, podremos comprobar como la “falsa nitidez” y calidad de nuestra imagen original se pierde a medida que procedemos a esos aumentos, dando paso a un conjunto de puntos multicolores  que en poco o nada nos recuerdan a la imagen original: bienvenidos al mapa de bits.

         Si extrapolamos este pequeño “juego” a la situación real de trabajo podremos deducir que sólo cuando utilicemos el tamaño original en el que fue creada la imagen, estaremos obteniendo el mejor resultado para el desarrollo de nuestra tarea y las mejores prestaciones, ya sean en cuanto a creación y tratado de dicha imagen o simplemente hacia las condiciones de impresión, sobre todo en lo referido a la calidad y definición de esta.

Las modificaciones en el tamaño provocarían alteraciones que merman la calidad de la imagen. Dichas alteraciones o distorsiones se deben a lo que conocemos por RESOLUCIÓN. La resolución no es otra cosa que el número de píxeles que forman nuestra imagen. Con un sencillo ejercicio mental podremos deducir que en función del número de píxeles o puntos y del tamaño físico (dimensional, para ser mas preciso) que presente nuestra imagen, ésta tendrá diferente calidad.

         El “juego” que nos propone el ordenador se basa en la apariencia; tratará de “engañarnos”, haciéndonos creer que estamos ante una imagen bien definida cuando, realmente, nuestra “torpeza visual” no discrimina, siendo incapaz de distinguir esos puntos, así, a través del uso de las ampliaciones, apreciamos la realidad, ese conjunto de puntos multicolores.

 

         Al hablar de resolución no debemos pasar por alto las posibilidades de modificación de esa propiedad en una imagen, que nos ofrecen muchas aplicaciones.  A pesar de ser una herramienta de utilidad, tampoco resuelve nuestro problema original, el de la torpeza visual, ya que en caso de ampliarla lo que realmente conseguimos es que la aplicación “divida” un punto en varios, dotándolos de tonos y colores similares para obtener el efecto deseado pero, a determinados niveles seguimos ante la misma situación ¿qué ocurre si ampliamos?.  Es evidente que volverán los “puntos de colores”.

         Tampoco considero que haya que entender este como un problema, que no lo es.  Simplemente tratemos los mapas de bits como lo que son y utilicémoslos como nos resulte más conveniente, que para eso están. 

         Por otro lado, nos encontramos con las imágenes vectoriales, que difieren significativamente con los mapas de bits en dos aspectos fundamentales.

         El primero de ellos es su composición.  Una imagen vectorial, como su nombre indica, se compone  de vectores, es decir, de líneas.  Bueno, hablar de líneas sería bastante reduccionista, digamos que a base de líneas, curvas y otros elementos geométricos “planos” se consiguen construir las imágenes complejas.  Estos elementos constituyentes tienen la particularidad, a diferencia de los puntos o píxeles de las imágenes de mapas de bits, que se pueden seleccionar de forma independiente, así como modificar sus dimensiones sin pérdida alguna de su calidad y propiedades, ya que, como he indicado, se trata de “vectores”, con una posición definida en el espacio; y que si la modificamos sólo cambiaríamos referencias de la nueva posición, no al vector en sí.  

         Imaginemos por un momento que tenemos una figura geométrica, por ejemplo, un cuadrado; con una aplicación que me permita crear imágenes vectoriales podré modificar las referencias de ese cuadrado para hacerlo más grande o más pequeño, según mi interés, pero no por modificar esos parámetros dejará de ser un cuadrado.

         La segunda diferencia destacable es el tamaño de las imágenes.  Los mapas de bits ocupan más espacio que los gráficos vectoriales, sepamos por qué.

         Los primeros, al componerse de puntos, precisan de una información específica para cada uno de ellos, fundamentalmente, posición relativa y características de color (tono, brillo, saturación, luminosidad,...). En función de las dimensiones y resolución de la imagen, ese tamaño variará y crecerá si aumentan dichas referencias.  Por el contrario una imagen vectorial “sólo” precisa de la información relativa a cada uno de los vectores u objetos que la forman.  Esos objetos presentan identidad independiente, se definen de forma matemática y contienen la información de su color, forma, contorno y tamaño.  A pesar de esas propiedades, su configuración matemática hace que el tamaño final sea notablemente menor al de los mapas de bits, por una simple razón numérica y de proporción; el número de puntos que forma una imagen de mapa de bits y, por tanto, el número de referencias a considerar, es mucho mayor que el número de objetos que forman un gráfico vectorial.

         En definitiva nos encontramos ante dos tipos de “imágenes” cuyo uso dependerá de nuestras necesidades.   No obstante es precisa una consideración.  Mientras las imágenes de mapas de bits podemos obtenerlas como “copia de realidades” a través de un escáner, cámara digital o cualquier otro método; o bien crearlas dentro del marco de una aplicación concreta y se hayan definidas por extensiones específicas asociadas a su tipo (bmp, jpeg, gif, tiff, targa, wi, cpt,...); los gráficos vectoriales sólo se crean a través de aplicaciones específicas pero, sustancialmente, difieren en que éstos no poseen extensión definida sino que la adquieren de la aplicación con la que han sido generados.

         Como en algún momento se ha indicado los gráficos vectoriales se pueden convertir en mapas de bits y viceversa, según nuestras necesidades, pero eso es otra cuestión a desarrollar en otro momento.